En el mundo antiguo la crucifixión era vista como una forma de ejecución vergonzosa y penosa. La cruz consistía en un palo vertical de unos 2,5 m de largo (que muchas veces se dejaba permanentemente en el lugar de ejecución), el palo transversal o patibulum, y una saliente de madera o sedile, que servía de asiento para sostener el cuerpo del crucificado y prolongar así su martirio.
Las víctimas eran a menudo azotadas o torturadas antes de la crucifixión. Las crucifixiones se llevaban a cabo en una sola estaca vertical o en una estaca vertical con una viga transversal cerca o en la parte de arriba. A veces se pegaban bloques a la estaca como asiento, reposapiés o ambos. Dependiendo de la presencia de estos bloques, la víctima podía aguantar, viva, hasta tres días.
Los bloques le permitían a la víctima descansar parte de su peso, aumentando la posibilidad para la respiración y para la circulación. Sin los bloques, el peso de una víctima descansaría por completo en sus brazos, los cuales estaban sujetos a la viga transversal con cuerdas, clavos o ambos. Esto impedía la respiración y la circulación, esto conducía tanto al fallo cardíaco como cerebral. Para terminar la tortura, se podían quebrar las piernas de la víctima, después de lo cual no duraba mucho en llegar la muerte. Frecuentemente el cargo contra el culpable se escribía y se clavaba en la cruz sobre su cabeza. Para disuadir a los rebeldes y a los criminales, las crucifixiones casi siempre se llevaban a cabo en lugares sumamente visibles.
Durante la vida de Jesús, los romanos usaban la crucifixión para ejercitar y espantosamente exponer su autoridad sobre otros. Los judíos consideraban esta ejecución torturante como una forma maldita de muerte. Deuteronomio 21:23 declara que «cualquiera que es colgado de un árbol está bajo la maldición de Dios». Documentos descubiertos en Qumrán revelan que muchos judíos de la época de Jesús aplicaron este texto a la crucifixión romana. Esta perspectiva de la crucifixión demuestra porqué el apóstol Pablo escribió que la cruz de Cristo era «de tropiezo para los judíos, y es locura para los gentiles» (1 Co 1:23). ¿Quién se hubiera imaginado que el Unigénito de Dios voluntariamente asumiría la maldición que debió haber sido nuestra? Este emblema de vergüenza se ha convertido de esta manera en el símbolo de nuestra salvación.
¿Sabías qué?
Cuando los escritores del Nuevo Testamento hablan de la crucifixión no se refieren al sufrimiento que causaba, sino a su significado. La crucifixión en varios pasajes representa todo el mensaje de salvación por la muerte de Cristo (por ejemplo, 1 Co 1.18). A los griegos les parecía locura que el Mesías hubiera muerto en la forma más ignominiosa (1 Co 1.23), y para los judíos esta afirmación era un tropiezo (Gl 5.11). Para estos, un crucificado caía bajo la maldición aplicada a cadáveres colgados en un lugar público (Dt 21.22, 23; 2 S 4.12). Rechazaban hasta violentamente la idea de salvación mediante una cruz (Gl 6.12; Flp 3.18).
Los cristianos, sin embargo, veían en la cruz su salvación (1 Co 2.2). Cristo, al llevar nuestros pecados en la cruz (1 P 2.24), sufrió la maldición que a nosotros nos tocaba (Gl 3.13). Su muerte en la cruz efectuó la reconciliación con Dios (Col 1.20), como también la reconciliación entre judíos y gentiles (Ef 2.16).